La mezquita fue objeto de ampliaciones durante el
Emirato y el
Califato de Córdoba. Con 23.400 metros cuadrados, fue la segunda
mezquita más grande del mundo en superficie, por detrás de la
Mezquita de la Meca, siendo sólo alcanzada posteriormente por la
Mezquita Azul (
Estambul, 1588). Una de sus principales características es que a diferencia de la mayoría de mezquitas, cuando fue construido el muro de la
quibla no fue orientado hacia
La Meca, sino 51º grados más hacia el
sur, uno de los motivos fue su cercanía al río Guadalquivir, que impidió su avance hacia el sur, lo cual la incapacita para una posible oración o
salat musulmán, uno de los cinco
pilares del islam.
La puerta de Las Palmas da acceso a la mezquita: hay un bosque de 1.300 columnas de
mármol,
jaspe y
granito sobre las que se apoyan trescientos sesenta y cinco
arcos de herradura bicolores. El
mihrab, lugar santo que señala la dirección Sur y no la de
La Meca, de acuerdo con la voluntad de Abderramán (hacia el río porque le llevaba hasta su
Damasco natal), es un joyel de mármol,
estuco y
mosaicos bizantinos brillantemente coloreados sobre fondo de oro y bronce, además de cobre y plata.
En el Lucernario se conservan los arcos lobulados de los muros y la cúpula. En la cabecera destacan los arcos, los mosaicos del muro y la estructura y decoración de las cúpulas a base de arcos cruzados.
Los materiales utilizados son de acarreo: fustes de
columnas y
capiteles procedentes de construcciones y épocas anteriores (
romanos y
visigodos), sobre los cuales se elevan pilares rectangulares de sillería que dotan de más altura al conjunto. Para darle estabilidad a este alzado se recurre a dobles arcos, de los cuales el inferior, de herradura, hace funciones de apoyo, mientras que el superior, de medio punto, es el que soporta la cubierta. Este sistema, además de la alternancia cromática y material de las
dovelas, rojas de
ladrillo, amarillentas las de
caliza, parece estar inspirado en el acueducto romano de Los Milagros (
Mérida).
Mi primer recuerdo de la Mezquita de Córdoba es de cuando íbamos a “ESTVDIO”, la librería–papelería más antigua, la mejor y la única que tenía de todo. Allí comprábamos láminas con fotografías de obras de arte para confeccionar nuestros álbumes. Venían en bolsas numeradas y en cada bolsa encontrábamos un montón de fotografías de arte romano, arte griego, bizantino, románico, etc.… Pero algunas de las bolsas tenían dibujadas las columnas y los arcos de la Mezquita. Cuando llegamos al arte árabe, dentro de la bolsa había más fotografías, y en casa había postales de Córdoba y Granada, mi álbum quedó genial. Pero a través de las fotografías se vislumbraba que aquello era mucho más grande, además de que lo ponía en el libro, claro. Pero Córdoba quedaba tan lejos…Alguna hermana mayor, o primo, habían ido de viaje de novios a Andalucía, bueno, a lo mejor era cuestión de esperar a casarse ¿no? O lo que nunca imaginé, que la vida decidiera otra cosa para mí…. Un destino laboral, o algo….
Acababa de descubrir que Córdoba quedaba a menos de una hora cuando una amiga decidió venir a visitarme. Bueno, qué emoción, venía mi amiga, había que celebrarlo, y qué mejor forma que sacar unos billetes a Córdoba. No sé lo que pudieron costar aquellos billetes, ni nos importó, la verdad. Subimos al AVE entusiasmadas, la primera vez que viajábamos en un tren que iba como las balas. Y nos dieron de desayunar, bueno, qué acontecimiento. Aquello significaba que llegaríamos antes a la Mezquita. Porque el objetivo era la Mezquita. Todos las tardes de estudio que nos habíamos pasado pegadas al libro de Arte estudiando las columnas galgo, los arcos de herradura, los arcos lobulados, el pan de oro, la decoración vegetal, las celosías y los mocárabes,…. Todas las fotografías de arcos en rojo y blanco, de columnas de granito y mármol, todos los Abderramanes, la eterna pregunta de dónde está la Meca… todo ello iba a ser respondido en apenas dos horas, Ni siquiera recuerdo el camino desde la estación, mi recuerdo es estar ante unos muros sin ninguna ornamentación y la entrada a un patio, el patio de los naranjos o las Abluciones, ¡qué olor….a primavera! Y un hombre que se dirigía a nosotras: “Niñas, niñas, ¿queréis entrar a la Mezquita?” “Pues mire, sí, a eso venimos”. “Es que si entráis ahora, os ahorráis 700 pesetas, es la hora de culto….” Vaya, se me había olvidado que aquello era la Catedral….
Respirando hondo y con decisión, dimos el paso, entramos y ¡ooooooohhhhhhh! ¡Pero si esto es un bosque! Filas y filas de columnas, arcos que se extendían hacia el infinito (bueno, casi, aquello tendría un final). Empezamos a caminar entre aquellos “árboles”, buscando, buscando no sabíamos muy bien qué, bueno, sí, había que encontrar la quibla. Mi amiga buscaba las capillas y el altar mayor, porque ella sí que se acordaba de que la Catedral estaba allí. Al poco de nuestra búsqueda, lo vimos. Detrás de una reja, estaba el muro orientado hacia la Meca, que luego me enteré de que anda un poco desviado. Mira, le dije a mi amiga, esto es la quibla, y ese hueco debe de ser el mihrab. Estaba oscuro y apenas se distinguía la decoración, mi amiga no se acordaba, le tuve que explicar lo de la oración cinco veces al día, el muro orientado a la Meca, la habitación más rica del edificio dedicada a albergar el libro sagrado, vaya, que parecía musulmana al lado de ella. Yo me agarré a la reja intentando distinguir el mayor número de detalles posible, llegó un grupo de turistas, y abrieron la puerta, claro, nosotras no éramos del grupo, no sé si por las 700 pesetas o por otras razones. ¡Y se hizo la luz! Aquello empezó a brillar, y mi cuerpo se sacudió como si la corriente me hubiera atravesado antes de llegar a las bombillas. Me vi desde fuera de mí misma, agarrada a la reja, llorando y sin oír a mi amiga que me preguntaba qué me pasaba. Una emoción indescriptible, un sentimiento desconocido, unas lágrimas que me avergonzaban,…Estaba sufriendo EL SÍNDROME DE STENDHAL.
¿Qué me importa que con el paso de los siglos discutamos si la Mezquita debería volver a su culto musulmán, si fue un disparate levantar una Catedral en semejante maravilla arquitectónica, si donde las dan las toman, ya que en su origen era una iglesia visigótica? ¿Qué significa todo esto cuando su quibla decorada con oro, cobre, con miles de piezas brillantes y policromadas fue capaz de provocar en mí semejante reacción? Quizá soy descendiente de alguno de los arquitectos que tomaron parte en la construcción de la Mezquita, quizá en otra vida fui miembro de alguna familia árabe con inquietudes artísticas, o quizá simplemente fui de la familia de las urracas (que dicen que se sienten atraídas por los objetos brillantes).