martes, 4 de octubre de 2011

RECUERDO DE KUNTA KINTE



“Esclavo: dicho de una persona, que carece de libertad por estar bajo el dominio de otra”.
Aquel curso ya me dejaban ver la tele por las noches, todavía eran los años en que sólo había dos cadenas, la primera y la segunda, y un solo televisor en toda la casa. Después de cenar y de terminar los deberes, mi familia nos sentábamos a “ver la tele” y al día siguiente en el colegio se pasaba revista a la noche anterior.
Y empezó la serie “Raíces”, La historia comienza a mediados del siglo XVIII en una aldea llamada Juffure, ubicada en Gambia. Nace el primer hijo de Binta y Omoro, y es llamado Kunta. Kunta Kinte, que un día salió a buscar madera para hacer un tam-tam para su hermano menor,… y nunca volvió.
Aunque en el colegio ya habíamos estudiado aquello de la esclavitud, esta vez no era lo mismo. Ver esta serie de televisión se iba a convertir en un viaje de aprendizaje, de descubrimiento de una realidad, una parte vergonzosa de la historia del hombre.
Mi primer recuerdo del concepto de  “esclavitud” está unido a la historia de Roma que veía en las películas. Aquellos sirvientes que estaban en las casas, aquellos que eran de la familia, amigos y confidentes de los amos. Aquellos sirvientes que estaban perfectamente ataviados, con túnicas impolutas y peinados perfectos. Bueno, también estaban los prisioneros de guerra que entraban en Roma siguiendo a las legiones victoriosas y eran vendidos como esclavos. Esos aparecían un poco más compungidos, pero enseguida daban con amos buenos y considerados que hacían su estancia más agradable hasta que terminaban ganando la carta de libertad.
¿Y las jóvenes esclavas entregadas como regalo al general victorioso o al patricio amigo? Aquellas que  con sus encantos y bondad los enamoraban y éstos, en señal de amor eterno, las quitaban el anillo para ponérselo ellos mismos como símbolo de pertenencia a ella.
Al cabo del tiempo, resulta que me  fui enterando de que de esa costumbre tomaron los cristianos la tradición de entregar pulseras de compromiso y anillos de boda entre los esposos, ¡Vaya con las tradiciones y las costumbres!
Y después estaban los negros, las películas en las que otra vez igual, los negros de las plantaciones siempre estaban en la casa, asociados a las familias que terminaban dándoles la libertad por los buenos servicios prestados y su fidelidad incondicional al amo. Incluso había veces que ni siquiera aceptaban la libertad o se quedaban con la familia por lealtad.
Vale, pues aquel año a nuestras televisiones llegó Kunta Kinte, feliz en su aldea africana, con sus padres, sus hermanos, sus amigos, etc. Y salió a buscar madera para hacer un tam-tam. Y en mi pequeño “universo” aparecieron de pronto, los negreros, los cazadores. Lo cazaron con una red, como a los animales, lo metieron en un barco, en la bodega, encadenado al catre o a la pared, no me acuerdo. Sin agua, sin comida, día tras día, sin luz, sin poder moverse,… Lo desembarcaron en un muelle de carga, lo vendieron en un mercado. Fue a dar con un amo cruel que lo azotaba, y que le cambió su nombre. La tele mostraba series interminables de latigazos, “¿cómo te llamas?- Kunta Kinte,.- Tu nombre es Tobi, ¿cómo te llamas?- ¡Mi nombre es Kunta Kinte! Luchó, se reveló, se escapó, todo inútil, lo volvían a cazar, lo apaleaban, volvió a escapar,… hasta que le cortaron parte de un pie para retenerle, A partir de ahí, en la serie se mostraban las vidas y peripecias de toda una saga descendiente de aquel que “un día, salió a buscar madera para hacer un tam-tam para su hermano pequeño”.
Aunque en el diccionario nos enseñen que “La esclavitud es una institución jurídica que conlleva a una situación personal por la cual un iindividuo está bajo el dominio de otro, perdiendo la capacidad de disponer libremente de su propia persona y de sus bienes” , conocer a Kunta Kinte me hizo pensar, descubrir toda la extensión de la expresión “ser esclavo”: Ser despojado de todo lo que te identifica como persona, negarte un nombre, una familia, el poder tomar una decisión, incluso el poder equivocarte, el cambiar de rumbo, ser NADA. Convertirte, según el papel asignado, en mula de carga, máquina de lavar, perro de compañía, brazo de recolección o fábrica de mano de obra. 
Terminada la serie de televisión, en casa apareció el libro. Primero mi padre, después mi hermano, aquel libro era gordísimo comparado con mis libros de aventuras de “Puck”, “Los siete secretos”, “Los Hollister” o “Los cinco”. Pero ese verano mi prima, que era un año menor que yo, lo devoró en dos semanas. Así que allá que me fui,… a leer “Raíces” durante un otoño largo en el que me dí cuenta de que las películas son películas, los libros, libros, y la realidad,… bueno, la realidad te puede sorprender en cualquier momento.



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