domingo, 26 de mayo de 2013

RECUERDOS DE UN GIMNASIO

Hacía pocos meses que mi vida había dado un enorme vuelco. Nunca había trabajado, y tenía un trabajo, nunca había salido de casa de mis padres, y ahora tenía un piso a mi cargo, siempre había tenido los mismos amigos, y ahora no conocía a nadie, y todo esto lo tenía en una ciudad nueva, una ciudad de la que tan sólo conocía su nombre cuando llegué a ella. ¿Y qué hago ahora? Tenía que construir una vida, ir y venir a trabajar, ir y venir a comprar comida, cocinar y cuidar de un piso en alquiler, la verdad, no llena mucho. Tenía que buscar alguna actividad  que cumpliera algunos requisitos: lo primero, salir fuera de la casa, lo segundo, gente alrededor, y lo principal, que me gustara y no me fuera difícil dedicarle tiempo. Descartado matricularme en algún estudio, decidí que ya había estudiado bastante. ¿Qué me queda? Bueno, piensa, algo habrá…. Ya hacía tiempo que observaba en la tele que alguna gente famosa empezaba a lucir músculo, pero no tipo culturista, no, sino músculos definidos dentro de su propia constitución física. (Bueno, vale, que había visto a Ana Torroja, a Ana Belén  y a Alaska luciendo unos brazos muy bonitos y definidos. Que todo hay que explicarlo….). 

¡Pues me apunto a un gimnasio! Lo primero que pensé: vaya, sí yo aprobaba la educación física por los pelos, que me costaba Dios y ayuda ir a clase, que todas las profesoras de gimnasia me llegaron a coger tanta manía como yo a ellas…  ¿Qué pinto yo en un gimnasio? No sé cómo me enteré de que lo que esta gente hacía se llamaba “musculación” que luego lo llamaron fitness, y eso se hacía con máquinas y pesas, y bueno,… no parecía que exigiera grandes aptitudes físicas para hacerlo. Me planté en el siguiente paso: buscar el gimnasio adecuado. ¿Cómo? “Páginas amarillas” en mano, por la “G” Gran sorpresa, dos ¿sólo dos? Bueno, supongo que es lo bueno/malo de una ciudad tan pequeña… Siguiente paso: la visita, En el primero, no me dejaron ni pasar de la puerta,… vamos, que amablemente me hicieron saber que “no daba el perfil”, (¿lo tengo que explicar otra vez? Pues eso, que no tengo pinta de cultiristaaaaaaa…. y además, no sé si habría alguna chica, como no pasé de la puerta, no pude verlo).
Segunda visita: gimnasio nuevo, en el centro, a pocos minutos de mi pisito de alquiler, y me dejaron pasar a verlo, y había chicas, y luz y se respiraba tranquilidad,…. Y… y no había más sitios a donde ir. Era carísimo, pero la decisión ya estaba tomada. Al día siguiente, me presenté lista para empezar a trabajar mi cuerpo, lista para pasar parte de la tarde fuera de mi casa, rodeada de gente y sin estudiar, sin la presión de unos exámenes, sin tener que dar la talla en nada, sólo disfrutar y beneficiar a mi miente y a mi cuerpo. 

…¡Y cómo fue pasando el tiempo en el gimnasio! Cómo conocí a una de mis muchomásmejoramigas, cómo me evadí en aquella sala de las presiones del trabajo, cómo llené mis horas de soledad, cómo me reí, cómo pude coger aquellas agujetas terribles que me dieron hasta fiebre, cómo disfruté, cómo vi pasar monitores, cómo empecé a formar parte de una familia deportiva sin darme cuenta, cómo adquirí una disciplina de entrenamiento, cómo llegué a relajar mi mente en esos ratos de esfuerzo físico,  … Y cómo nacieron más gimnasios, más centros de ocio que hicieron daño al mío, o porque se iba algún monitor o porque ofrecían otras prestaciones,… Y llegó la crisis, y más circunstancias, Y su dueño y gestor murió y lo dejó huérfano. Y llegó un multimacrosupermegamonstruo y lo mandó todo a la mierda, bajó los precios, absorbió toda la demanda de la ciudad (y parte del extranjero), y en tres días, mi gimnasio cierra sus puertas después de 24 años de vida. Y aquí me veo, con las páginas amarillas en la mano (bueno, vale, que también tengo que decirlo, “en Google”), buscando un gimnasio en esta ciudad tan pequeña que me ofrezca lo mismo que he tenido en todos estos años. … Y no sé por dónde empezar…