martes, 23 de septiembre de 2014

RECUERDO DE UNOS ZAPATOS



Quiero unos zapatos granates, de este tacón y con un caballito de adorno.
Meli Escribano tenía una preciosa melena rubia y ondulada, era alta, era guapísima, y sin saber por qué, apareció en mi clase, ¡Pero si era de las mayoronas! No, ahora era de las repetidoras. Pero seguía siendo rubia, alta y guapa,… yo creía que todas queríamos ser como ella.
Llegó la primavera y Meli Escribano estrenó zapatos. Unos preciosos zapatos granates, de  tacón y con un caballito de adorno. Después de ella, al menos otras cuatro o cinco niñas estrenaron los mismos zapatos.
Y así me presenté en casa un día. Quiero unos zapatos granates, de este tacón, y con un caballito de adorno.
¿Por qué quería esos zapatos?  Yo no pensaba, yo quería esos zapatos. Con trece años, yo era la Armada Invencible a la conquista de los zapatos. Fuerte, poderosa, implacable, certera, inquebrantable, imperturbable (y con la verdadera fe de mi lado), ¡la batalla estaba ganada!
“Tú no eres Meli y no los necesitas”. “Los elementos” acabaron con la Armada. Allí mismo, en ese momento, ¡zas, zas! Hundida, arrasada, aniquilada,… la Armada Invencible desapareció en el mismo instante en que pidió los zapatos.
 La Armada protestó, lloró, suplicó, prometió, pero la única arma con que contaba era “porque Meli los tiene y se los van a comprar todas”. “Los elementos” dieron por finalizada la batalla y la Armada tuvo que retirarse a su cuarto a hacer los deberes.
Quisiera recordar que aquellas horas de reflexión fueron fructíferas y que saqué conclusiones brillantes… Pero no, pasé meses reconstruyendo mis naves, planificando estrategias, estudiando a “los elementos”, y ¡Sí! ¡Los conseguí! ¡Unos horrorosos mocasines de invierno! Pero eran granates.
Larga y dura fue la reflexión. Durante los largos meses de ese invierno y los siguientes en que tuve que gastar aquellos zapatos incombustibles,   efectivamente, supe que no lo conseguiría. Que para cuando quisiera juntar mi paga e ir a comprarlos, ya los habrían vendido. Que el color granate pegaba fatal con toda mi ropa, y que nunca sería como Meli.
Metida en aquellos zapatos horas y horas intentando desgastarlos lo antes posible,  tuve tiempo, mucho tiempo para valorar si había merecido la pena aquella lucha. Lo más evidente fue aprender que por vestir con la misma ropa, no llegarás nunca a parecerte a nadie. Ni mucho menos a ser como nadie. Lo peor fue enmendar el error cometido: meses de lucha, años de carga, todo por un capricho, por tozudez, por querer conseguir lo mismo que tenía otro. Por no pensar y decidir qué es lo que yo necesitaba o quería realmente.  

¡Ay! Y es que los zapatos son como las decisiones en la vida. Tienes que tomar tu decisión, la que necesitas en cada momento, la que te conviene, la que se ajusta a ti, y la que mejor te sienta. Los zapatos de Meli eran para ella, eran sus zapatos y su vida, no los míos.
Cuando veo el tiempo que tardé en deshacerme de aquellos zapatos horribles que nunca habría elegido si no me hubiera encaprichado de los que no debía, más me convenzo de que ya bastante me equivoco yo sola, como para equivocarme por mirar a otro. Y es que a todos nos toca dar pasos distintos aunque sean por los mismos caminos.