viernes, 5 de abril de 2013

RECUERDOS DE UN RÍO

El Bachiller. Ya éramos “mayores”, ya teníamos que empezar a ser responsables y plantearnos los estudios de otra manera. Empieza por leerte un libro al trimestre y presenta el comentario de texto. ¿Pero qué es un comentario de textooooooo? Era un problema añadido a todos los deberes diarios, preparar un trabajo trimestral… Había que aprender a organizarse. Toma, ahí tienes “El Jarama”.

“El Jarama es una novela de Rafael Sánchez Ferlosio, publicada en 1955, que obtuvo el premio Nadal ese mismo año y que marcó un hito dentro de la novela española de la posguerra, convirtiéndose en una referencia obligada para la novela social. Es un relato simultáneo y objetivo, en tercera persona y cuya acción transcurre a lo largo de dieciséis horas.
Habla de dos grupos contrapuestos, una pandilla de jóvenes madrileños y un grupo de lugareños, en un caluroso domingo de verano, en Puente Viveros, junto al río Jarama. La acción se reduce a la mínima expresión y pierde total trascendencia para dejar paso al auténtico objetivo de la novela: presentar el contraste que existe entre la superficialidad e intrascendencia de las acciones y conversaciones de la ciudad, frente a la autenticidad y superioridad de la naturaleza.”

Sí, vale, ahora te hablan de él, lo buscas, decides leerlo y con todo lo que has aprendido y lo que has visto a lo largo de tu vida,… pues va y te gusta el libro.
Cuando acabé de leerlo, sí que tuve un grandísimo problema. ¿Qué comento yo de este libro? Había tardado un mes en leer la aventura de una pandilla de amigos un domingo en el río. ¡¡¡Un mes leyendo lo que sucedía en un domingo!!! ¡¡¡Y no pasaba nada, se pasaron el día discutiendo y al final va una y se ahoga!!! ¡¡¡Pero qué mala suerte!!!
Mala suerte la mía, no entendí la novela, no estaba preparada para ese tipo de literatura, no pude aprovechar la oportunidad que se me brindaba. Aunque puede que la lección fuera otra: puede que con esto aprendiera a hacer lo que hay que hacer, y no sólo hacer lo que me gusta, disciplina para cumplir con obligaciones, para analizar cosas que no llego a entender, para buscar conclusiones donde no encuentro argumentos,… no sé… se me hace muy raro porque siempre hay que aprender algo, no puedes salir con las manos vacías…
Porque nuestros domingos en el río eran distintos. Nos íbamos todos juntos desde por la mañana, con los bolsos de la comida, las muñecas y las escopetas, los columpios, las gomas y las combas, los balones,… las sandalias de río, los bañadores y las toallas y las mantas,… ¡¡¡Con todo!!! Llegar, elegir el sitio para ponernos, que si da el sol, que luego da la sombra, que si aquí está planito, que estos árboles para los columpios, que aquí hay un hormiguero,… Decidir a qué jugábamos primero, aunque lo principal era saber la hora de meternos en el agua que siempre estaba fría, claro. Así nos pasaba, que estábamos más tiempo esperando meternos que el que tardábamos en salirnos.
La comida: las madres que aquí conmigo, las tías que déjales que vengan con nosotros, que si en esta manta no cabemos, que yo me voy con mi prima, que no, que tú eres de los pequeños, que a mí me gusta la ensaladilla de mi tía, que mira qué champiñones tengo más ricos, que no, que los tengo yo también… que yo quiero tortilla, que no, que es para merendar,…. Los tomates comidos a mordiscos,… Y luego toda la tarde para jugar, niñas con niñas, niños con niños, y niños y niñas, peleas por subir al columpio y columpios vacíos porque estábamos con las muñecas, y muñecas en las bolsas porque habíamos sacado las gomas, y partidos de fútbol, y juegos de comba con las tías “dando”,…
Y la vuelta a casa, todos juntos al anochecer o después de anochecer,…  cansados, sucios y cantando,…
Y a lo mejor tengo que recordar lo poco que aprendí con “El Jarama”, para poder traer al recuerdo aquellos días de río. Los días en que sólo nos preocupaba qué metíamos en el bocadillo (además de la nocilla), y si empezaban a salir los alzameriendas, señal de que acababa el verano y se terminaban esas tardes de calor y risas. Para recordar, sobre todo, a la familia al completo, aprendiendo a convivir, a compartir, creciendo juntos, soñando, inventando, y planeando.
Y querer mantener en el recuerdo a los que nos van faltando, recordarlos en los días felices y despreocupados de nuestra infancia, cuando ellos eran los responsables, los que nos enseñaban y nos corregían y nosotros los que teníamos todo por aprender y por vivir.
Quizás la lección era que todo lo que sucede en nuestra vida cotidiana es importante, cualquier domingo de cualquier verano en cualquier río, con familia y amigos, ha dejado su huella en nuestro carácter y en nuestro corazón. Saber que aunque esos días no vuelvan y ellos ya no estén, gracias a ellos y a esos días junto a muchos otros, somos lo que somos.