Recuerdo cuando empecé a ir al cole. Me habían dicho que
allí iba a aprender cosas, y mamá me preguntó, ¿qué habéis aprendido
hoy? Hoy hemos aprendido a hace
palotes,… ¿palotes? Ni idea… Resulta que según la madre, con los palotes
se aprendía a hacer letras… bueno, eso había que verlo, a ver cómo es capaz
ésta de sacar la “g” de un palote (en el cole se aprenden cosas, ¿no?)
Y luego estaba lo de las cartillas. Teníamos que ir donde la
madre cuando nos llamaba con una cartilla. Vaya lío, ¿qué cartilla había que
coger? A ver, había una con una “o”, luego otras con el 1, el 2,… el 3,… y los cuentos de José Manuel, porque José
Manuel leía cuentos, pero los demás no.
Y me llamaba la madre, y venga cartillas, qué rollo, más
aburridas………….. La 4 un rollo, pero anda que la 1,.. Y la de la “o”, la peor, aunque
la que más dibujos tenía… era la que más me gustaba, pero es que ya no me
dejaba cogerla,…
A ver, ¿tú por qué cartilla vas? Me preguntó la madre. Pues
no sé, ¿es que tengo que ir por una? (esto segundo no lo dije, me lo pensé) Y
muy seria va y me dice que le lleve mi cartilla de casa. ¡Qué pesada, y menudo
problema! Se lo dije a mamá y de entre todos mis cuentos sacamos una cartilla
de cuando mi hermano era pequeño, ¡Mamá, esta no me vale! ¡No tiene número!
¡Pues le dices a la madre que no tienes otra! ¡Y además, la llevas toda
pintarrajeada! Ah, vale, que ahora tenía yo la culpa de que me hubieran dejado pintarrajearla
con las letras, con monigotes, con casitas y con soles,… Y la madre que seguía
de pesada…, Bueno, pero ¿tú qué lees? Vaya, si ya sabía yo que esta cartilla no
valía… Pues, madre, mis cuentos, caperucita, el patito feo, blancanieves, el
gato con botas, Juan sin miedo, bellaflor, la historia sagrada para niños,… y
del periódico sólo me leo lo de la tele, para ver si ponen los payasos.
¡¡¡¿que lees el periódico?!!!
Ayer abrí el libro que estoy leyendo, y recordé esta segunda
vez que intentaron enseñarme a leer, porque, claro, resultó que yo ya sabía.
Es curioso, como utilizamos las expresiones primera y segunda
vez. La primera vez suele ser la que se recuerda, la que deja huella: la
primera vez que me besaron, la primera vez que vi el mar, la primera vez que
subí a un avión,… Y la segunda vez la asociamos a una mala primera vez: tuve
una segunda oportunidad, nací por segunda vez, nos encontramos por segunda
vez,…
Yo no recuerdo la primera vez que aprendí a leer. Recuerdo
quién me enseñó. Mi vecina Mª Ángeles. Mamá me hacía las coletas, me ponía mi
faldita con pompones y me “pasaba” con Mª Ángeles. Y recuerdo a Jaime, afanado
con sus cuentas, y a Juana Mari, completamente absorta en sus bocadillos y
recuerdo poner mi nombre en todos los papeles que pillaba, y lo bien que lo
pasábamos los tres, y absolutamente nada más…
¿Alguien se acuerda de cuando nació? ¿De cuándo aprendió a
respirar? Pues mi aprendizaje de las letras y de cómo juntarlas debió de ser
parecido. Siento que fue algo natural y progresivo, sin presiones, tranquilo,
un camino dulce y atractivo,… un camino mostrado por aquella maestra que vivía
en la puerta de al lado. Una persona que estuvo en mi vida apenas dos años y
que me hizo el regalo más importante y más preciado de todos los que me han
hecho en mi vida. Sin que me diera cuenta, me llevó de la mano hacia las letras
y me enseñó cómo juntarlas. Mª Ángeles puso los cimientos sin dañar el terreno,
con suavidad y dulzura, todo lo demás vino después. Llegaron las madres y las
seños, y los profes. Buenos arquitectos (casi todos) que fueron ayudando a
construir. Pero todo se construyó sobre aquellos cimientos que tengo tan profundos,
que no conseguiré nunca recordar cuándo se pusieron. Y todo gracias a nuestra
vecina, ¡Gracias, Mª Ángeles!