jueves, 8 de marzo de 2012

RECUERDO DE BERLIN

Tenía muchas ganas de conocer Berlín, tenía curiosidad. Todos me hablaban de una ciudad increíble. Grandes avenidas, barrios con encanto, museos riquísimos, arquitectura de vanguardia,…
Pero yo quería ver la Puerta de Brandenburgo, y quería ver el muro. El muro que vi caer por televisión el nueve de noviembre de 1989. Tenía la varicela y me pasé una semana metida en casa, embadurnada de polvos de talco intentando no rascarme la cara, comiendo con pajita y viendo la tele a todas horas sin moverme del sofá. Alucinante ver a Rosa Mª Mateo dando botes mientras los berlineses derribaban el muro con sus propias manos.
        Veintidós años después de aquellas sesiones televisivas, yo tenía la oportunidad de pasar debajo de la puerta, cruzar de un lado a otro, experimentar la libertad de circular por aquellas calles reconstruidas y rediseñadas.
Llegué a la famosa puerta andando por la conocida avenida de los Tilos desde nuestro hotel que estaba en Alexander Platz, en la zona Este. La primera en la frente, dos días en Berlín y un escenario montado a todo trapo delante de la puerta. Y es que cuando uno va de turismo, no cae en la cuenta de que las ciudades tienen su propia vida, organizan eventos, hacen obras, y llueve cuando toca. Así que mi idea romántica de ver la puerta a lo lejos y llegar a ella disfrutando de su vista,… nada, sólo se veía la cuádriga de bronce que representa a la diosa Victoria.
         Con la desilusión de no haber podido disfrutar de la puerta como había previsto, creí que Berlín ya no sería lo mismo para mí. Sólo me quedaba la ilusión de visitar a Nefertiti y volver a España sin fotos bonitas. ¡Qué equivocada estaba!
Propusieron hacer una gira nocturna y aquí llegó mi mayor sorpresa. Nadie me había hablado de ello, no tenía conocimiento, estaba “en blanco” y me llevaron al Monumento al Holocausto. Dimos un corto paseo entre un bosque de bloques de piedras, concretamente, 2.711 bloques distribuidos en 19.000 metros cuadrados. Allí sí que se sienten cosas, te sientes agobiado por los bloques de cemento, inseguro por el suelo ondulado; perdido, porque como el suelo se eleva y se hunde al paso, los bloques te tapan y no es que te tapen a ti, es que pierdes al que va delante, al que va detrás, y al que tienes al lado; te sientes solo, abandonado, asustado, indefenso. Y si piensas en el sentido del monumento, llegas a tener una ligerísima y avergonzante idea de lo que fue para miles de judíos la vida y la muerte en los años terroríficos del III Reich.
        Después de esa impactante experiencia, nos llevaron a Postdamer Platz, la cara comercial, moderna y lúdica de Berlín, el lugar donde se encuentran las oficinas de Mercedes, donde se celebra la prestigiosa Berlinale, un lugar alegre lleno de cafés, oficinas y tiendas.  ¡Qué alivio!  ¡Los alemanes también descansan! aunque sea un ratito, las noches de verano. La imagen del alemán madrugador que trabaja todo el día para llegar pronto a casa, cenar y acostarse, queda también diluida cuando ves que hay terrazas en las que sirven cerveza hasta las doce. Vaya, parece que en Alemania la gente descansa de vez en cuando.
        Y por fin, el muro, la mañana era soleada y alegre, el guía trató de explicar lo que fue aquello. Viendo el tráfico, el movimiento de gente, trabajadores, turistas, estudiantes, el discurrir del río, mis expectativas quedaron superadas nuevamente. Me encontré  en una ciudad grande, grande y tranquila, grande y organizada, grande y moderna, Y  viendo los restos del muro, vi una ciudad símbolo de un país con una fuerza grandiosa, un país que surge y resurge,  un pueblo con voluntad de hierro más fuerte que el hierro, capaz de unirse y afrontar cualquier adversidad.
        Después de mi experiencia turística en Alemania, y viendo el desarrollo de los últimos acontecimientos económicos, a mi mente viene una sola pregunta: ¿Cuánto falta para que terminemos hablando alemán?

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