miércoles, 16 de marzo de 2011

EL ENTIERRO DEL SEÑOR DE ORGAZ

Doménikos Theotokópoulos, (Candia, 1541Toledo, 1614), conocido como el Greco  fue un pintor del final del Renacimiento que desarrolló un estilo muy personal en sus obras de madurez.
         Durante una primera época en Creta, fue maestro en la pintura de iconos de estilo postbizantino. A los 26 años  se trasladó a Italia, donde recibió de lleno la influencia renacentista de Tiziano y Tintoretto, así como el manierismo de Miguel Ángel. Finalmente, en 1577 se estableció definitivamente en Toledo donde desarrolló su estilo más personal con figuras extraordinariamente alargadas con iluminación propia, fantasmales, muy expresivas, en ambientes indefinidos y una gama de colores que busca los contrastes
EL ENTIERRO DEL SEÑOR DE ORGAZ es un óleo de 4,80 x 3,60 m pintado sobre tela y por encargo en 1586: '"En lo de más abajo... se ha de pintar una procesión de cómo el cura y los demás clérigos que estaban haciendo los oficios para enterrar a don Gonzalo de Ruiz de Toledo, Señor de la villa de Orgaz, y bajaron san Agustín y san Esteban a enterrar el cuerpo de este caballero, el uno teniéndole la cabeza y el otro los pies echándole en la sepultura y fingiendo alrededor mucha gente que estaba mirando y encima de todo esta se ha de hacer un cielo abierto de gloria..."


“Tenéis que compraros una libreta pequeña que quepa en el bolsillo del pantalón” .- dijo la señorita Matilde en clase de Sociales. Esto era importante, nos llevaban de excursión tres días a Madrid, Toledo y El Escorial. No teníamos muy claro qué había en estos sitios. “Madre,- preguntamos a la tutora-, ¿qué hay en Toledo?”, ¡Ah!, la catedral, sí, esa la habíamos estudiado, gótica. ¿Sinagogas? Claro, claro que sí, que en España vivían judíos,… y los moros…¡Ah! Si Toledo fue unión de culturas….Vaya, habrá que fijarse en Toledo en qué se nota eso de la unión de culturas. Y Madrid, ¿todo Madrid? No, que vamos al Museo del Prado,.. En la libreta llevaríamos apuntes sobre todas las obras de arte que íbamos a visitar.  Entré con mi madre en el estanco de al lado de casa y pedí la libreta; había de varios colores y la elegí amarilla. Durante las siguientes semanas, la libreta amarilla iba y venía al colegio dentro de mi cartera, todos los días copiábamos un apunte sobre distintas obras.
Delante de aquel cuadro que ocupaba una grandísima pared, libreta en mano, treinta niñas de doce años, leímos todas las características principales de la obra:
          Abajo, la parte terrenal, un entierro del siglo XIV con personajes vestidos según la usanza del siglo XVI, eso se llamaba “anacronismo”, que lo habíamos estudiado y lo ponía en la libreta. Decía que todos los representados eran personas conocidas de Toledo, pero, ”señorita, ¿quién es el Greco?” El séptimo por la derecha, no, el quinto de la izquierda, ¡uf!, muchas cabezas.  Bueno, pero el niño está claro que era el hijo y en la mano tenía un papel con la firma, “no, pues no llego a verlo, sí, sí, ahora sí”.
“A ver, niñas, fijaros en la luz del cuadro, (¡uy!  si parece que mete miedo) las figuras alargadas, (y ¿eso por qué? ¿qué significa? dicen que si era un defecto que tenía en la vista…qué raro..)  los escorzos, la transparencia del alba del sacerdote que está de espaldas (¡ah! ¡sí!, ¡¡¡si es transparente!!! ¿cómo ha conseguido ese efecto? Hay que fijarse en otros pintores a ver si también lo consiguieron…..
         Y la parte de la Gloria, ¡jo, no falta nadie!, la Virgen, Jesús, San Juan, los ángeles, los bienaventurados… Pensé que este cuadro era demasiado para niñas tan jóvenes, había que tener más que una libreta llena de apuntes para poder  apreciar toda su grandeza, todos los recurso que empleó el pintor, todos los símbolos, todas las enseñanzas, y sobre todo…el señor de Orgaz debió de ser muy piadoso, muy importante o muy rico para que después de más de dos siglo de su muerte, se encargara una obra de tal magnitud en su memoria. Total, que tenía que buscar a este señor por la Historia de España.
Al regresar a casa, mi libreta amarilla “se ausentó sin dejar señas”, nunca más la vi entre mis cuadernos, creo que fue el primer síntoma de lo que mi profesor de Filosofía del Derecho llamó “época kleenex” (usar y tirar). He vuelto varias veces a Toledo, cada vez he visitado sitios nuevos, pero siempre quiero entrar en la iglesia de Santo Tomé para “seguir  viendo” este cuadro, con tanta gente y tantos detalles. Y cada vez que me enfrento a él, echo de menos no ir preparada con una libreta amarilla… 

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