jueves, 24 de marzo de 2011

RECUERDO DE TUTANKAMÓN


El arqueólogo Howard Carter halló la máscara funeraria de Tutankamón incrustada en el rostro de la momia del faraón al abrir en 1925 el sarcófago que contenía la tumba KV62 , del Valle de los Reyes en Egipto. La máscara representa el rostro idealizado del faraón llamado Tut-Anj-Amón, “imagen viva de Amón”, y está realizada en oro, obsidiana, turquesa, vidrio, lapislázuli, cuarzo y cornalina. Su altura es de 54 centímetros y pesa 11 kilogramos.

Los egipcios se distinguen entre todos los pueblos antiguos del Cercano Oriente por haber buscado desde un principio, deliberadamente, un canon ideal del cuerpo humano. En Egipto, el arte fue el reflejo intelectual de un mundo seguro de sí mismo. Una vez encontrado su canon, el egipcio lo mantuvo durante siglos, sin cambios sustanciales, y casi sin evolución.
Lo que se pretendía mediante la práctica de crear imágenes en soportes diversos era que aquellas representaciones participaran de la vida y fueran eternas. El arte egipcio fue, ante todo, una manifestación de la experiencia religiosa que supuso la vida para los habitantes del valle del Nilo.
En el Antiguo Egipto hubo una creencia firme en la eternidad y en la existencia eterna del hombre, de los animales y todos los seres animados e inanimados. Pensando en esa eternidad, levantaron construcciones arquitectónicas pétreas que sirvieron de tumbas o recintos funerarios y se realizaron recipientes del mismo material, considerado por ellos, inmutable y eterno.
            Por eso eran destinadas a ser eternas las imágenes realizadas sobre otros soportes. Escenas de pintura y las estatuas, como la de Tutankamón, se guardaban en los templos, en las tumbas y en capillas funerarias. De esta forma, servían para crear y mantener eternamente un mundo perfecto e inalterable, y prolongarse toda la eternidad.


-Mira, éste es Tutankamón-  me dijo mi hermano, señalando una foto en su “enciclopedia infantil y juvenil”.
A ver, espera, vamos por partes y despacio, que tengo seis años y tú catorce, ¿Tutankamón? - Un rey de Egipto y, mira todo esto es oro macizo con piedras preciosas.
Estaba viendo por primera  vez en mi vida la máscara funeraria de Tutankamón.
-Pero, ¿qué es una máscara funeraria?
- Pues con lo que se cubría a las momias.
- ¡Ah! Claro, ¿y qué es una momia?,
- pues es un muerto embalsamado  
- vaya……….. ¿Y para qué se embalsama a los muertos?
- para que se conserven incorruptos
Lo de “incorruptos” ya me iba sonando, eso era como se quedaban algunos santos cuando se morían. Pero ¿qué tenían que ver los santos con los reyes de Egipto? Y ¿dónde estaba Egipto?
Supongo que mi hermano se cansó de darme explicaciones o mamá nos llamó para comer. Probablemente fue lo segundo, porque recuerdo que muchísimos sábados, antes de comer, me cogía el libro y buscaba aquellas dos páginas maravillosas y misteriosas en las que venía una máscara de un rey con los ojos pintados como una chica y con una especie de “gorro” de rayas azules que no podía dejar de mirar.
Mis “trabajos de investigación” empezaron por leerme las dos páginas, en ellas conocí a Howard Carter y a Lord Carnarvon, el que financió las excavaciones. Supe que en el valle de los reyes estaban enterrados los faraones de Egipto. Lo de la tumba KV62 tardé más en entenderlo, primero tuve que aprender inglés y después relacionarlo con el King´s valley.  Después vinieron las películas de los sábados por la tarde que se desarrollaban en Egipto, “Tierra de faraones”, “Los Diez Mandamientos”, “Cleopatra”, las pelis de miedo como “la momia”, las de misterio como “muerte en el Nilo”, etc…
            En el colegio estudiábamos arte egipcio, las pirámides, las esculturas, los jeroglíficos, historia del Antiguo Egipto.
Pasé por las novelas de misterio en las que aprendí lo que era el natrón y los vasos canopes, libros sobre costumbres y vida cotidiana, “Sinuhé el egipcio”, el libro de Howard Carter contando el descubrimiento de la tumba,…”No digas que fue un sueño”, sobre Marco Antonio y Cleopatra,.. Me atrapó el estudio de la mitología egipcia: Ra, Horus, Osiris, Isis, Ptah, Anubis,…
Supe que Tutankamón perteneció a la Dinastía XVIII, y que reinó desde 1336 a 1327 a. de C. Que fue el último faraón de la Dinastía y durante su reinado devolvió a los sacerdotes de Amón la influencia y el poder que habían tenido antes de la revolución religiosa de Akenatón.  Y que sus decisiones estuvieron en manos de Ay, como administrador del reino y Horemheb al mando del ejército. No fue un faraón conocido ni notable en la época antigua. Y murió joven.
Por fin, el 15 de junio de 2004 (cumpleaños de mi hermano), allí estaba yo, entrando en el Museo de Arte Egipcio de El Cairo dispuesta a enfrentarme cara a cara con Él. Porque “era Él”, Tutankamón “en persona”, “en oro y lapislázuli”, majestuoso, reinando en su sala, protegido por una urna de cristal blindado, mostrando toda su grandeza, la grandeza del único faraón (por el momento) cuya tumba no fue saqueada, cuyos tesoros han llegado intactos treinta y cuatro siglos después de su muerte. El responsable de mi pasión por Egipto, el motivo por el que soñé y finalmente cumplí mi sueño de viajar a Egipto , el que me “enseñó” a mirar a las pirámides y a la esfinge como las muestras de una civilización poderosa y avanzada cuando el resto de la Humanidad estaba aún por despertar.
¿No fue un faraón conocido ni notable en la época antigua? No, no lo fue, su destino era llegar a nosotros en su barca solar y mostrar al mundo la grandeza del Antiguo Egipto.

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